Alicia Fernández Gallego-Casilda
MIRONES
Aunque nos cueste reconocerlo, todos poseemos ciertas nociones del llamado mundo del ‘’faranduleo’’, al menos las mínimas para mantener una conversación aceptable sobre cualquiera de sus protagonistas al azar; y estas no han de ser muchas puesto que lo que caracteriza estos ‘’debates’’ es la redundancia como tapadera de la falta de contenido y sentido. Esto puede derivar del hecho de que la televisión nos bombardea a diario con ello, pero aún así, no deja de ser una opción y como tal, cada uno de nosotros tiene la posibilidad de rechazarla. Bien es cierto que son muchos los factores que inciden en hacer uso de ella o no, y que es probable que el más importante sea el nivel de formación; de manera que aquellas personas que cuentan con un nivel inferior son presas potenciales de la caza diaria que lleva a cabo el mundo ‘del corazón’. Sin embargo, es descabellado afirmar que debido a estas personas, este patético universo se mantiene vivo y permanece en nuestras televisiones, día tras día, como un lastre inevitable. Y quién habla del mundo ‘del corazón’, habla por supuesto también de los ‘reality shows’, por más que sean defendidos a conciencia por ‘profesionales’ de la talla de, pongamos por ejemplo, Mercedes Milà.
Por tanto, todos y cada uno de nosotros hemos formado en más de una ocasión parte de dicho mundo, con excusas tales como que en la televisión no había nada más interesante o como que era para hacer tiempo entre las noticias y algún programa emitido por la tarde. En este sentido, me niego a tener que creer que esa curiosidad o afán de conocer inherente al ser humano se limite a esto y no trascienda tan vastos límites. Lo que verdaderamente creo es que, más allá de lo que puedan tener de interesante las aventuras de los personajes públicos (que considero que en el fondo es bien poco), sus vidas se convierten para sus ‘seguidores’ en una manera de purgar las suyas propias de todo aquello que no toleramos en nosotros mismos, pero con lo que no tenemos más remedio que vivir. De este modo, lo que tal o cual personaje haga o deje de hacer, demuestra que es tan humano como el resto, y puesto que ‘mal de muchos, consuelo de tontos’, sus tropiezos, escarceos amorosos, deudas y un largo etcétera, hacen a muchas personas olvidar por unos momentos todo aquello que anhelan cambiar con respecto a su existencia. Se trata por lo tanto de una especie de ‘catarsis’, no porque nadie vaya a ser mejor persona, sino porque probablemente puede olvidar durante un cierto periodo de tiempo que no lo es o será.
No consiste por lo tanto en que una vida aburrida y vacía de alicientes conduzca a ser partícipes de este asunto, sino más bien se trata de, como dice el artículo, vivir a través de la vida de los demás, quién sabe si por pereza.
Así, nosotros que tenemos la posibilidad de hacer un uso pleno y enriquecedor de nuestras vidas, nosotros que tenemos la posibilidad de leer a Wilde y a otros tantos (aunque sean muchos los que también la tienen y la desaprovechan), deberíamos ser el vivo ejemplo de lo que supone dar la espalda a tan ridícula costumbre. En definitiva, deberíamos no sucumbir al reclamo mediático, que nos pide que dejemos a un lado nuestras aspiraciones intelectuales y personales, y nos convirtamos en unos ‘ambiciosos’ de tantos, en los famosos y graciosos de turno, y seamos así fieles al principio que rige ese mundo: la ley del mínimo esfuerzo.